Segunda Guerra Mundial: el soldado de Japón que tardó 29 años en rendirse

Segunda Guerra Mundial: el soldado de Japón que tardó 29 años en rendirse

El lugarteniente Hiroo Onoda fue el último soldado japonés en rendirse tras la derrota de su país en la Segunda Guerra Mundial.

De hecho, su entrega de espada -gesto inequívoco de rendición- no se produjo hasta el 9 de marzo de 1974.

Desde que terminara la guerra en 1945, Onoda sobrevivió en la jungla de Filipinas durante 29 años. Más tarde, a través de cartas y entrevistas tras su regreso a Japón, Onoda admitió que no había sido capaz de aceptar la capitulación de su país.

Para muchos extranjeros, el comportamiento de Onoda puede parecerse al de un fanático. Pero en el Japón imperial sus acciones eran completamente lógicas.

El lugarteniente había jurado no rendirse jamás y morir por su emperador. Creía firmemente que sus compatriotas y mujeres harían lo mismo.

Pero no fue así.

El 15 de agosto de 1945, el emperador japonés Hirohito hizo algo inédito al hablar en radio para anunciar que la rendición ante Estados Unidos era la mejor opción para la nación.

Apenas unos días antes, las bombas atómicas habían destruido Hiroshima y Nagasaki.

El día en que cayó la segunda bomba, José Stalin declaró la guerra a Japón y lo soviéticos se desplegaron por la región ocupada en Manchuria, en China.

En cuestión de semanas, ya estaban aterrizando en la isla de Hokkaido, al norte de la isla principal.

Vista de Hiroshima con casi todos sus edificios destruidos.

Las ciudades de Hiroshima y Nagasaki quedaron absolutamente devastadas tras las bombas atómicas.

Reticencia a rendirse

Aún así, el discurso de rendición del emperador casi no ocurre.

En la mañana del 15 de agosto, un grupo de jóvenes oficiales llevaron sus tropas hacia los terrenos del palacio imperial. Intentaban impedir que se efectuara ese discurso.

MacArthur junto el emperador japonés en 1945.

El general estadounidense Douglas MacArthur supervisó la ocupación japonesa y la acordó con el emperador Hirohito.

Para ellos, la guerra estaba lejos de perderse. La isla principal de Japón no había sido invadida y su gran ejército en China permanecía invicto.

A los oficiales les preocupaba poco el gran número de víctimas civiles que dejaron las bombas atómicas. Tenían solo un propósito y ese era asegurar la supervivencia del sistema imperial.

Japón no podía pedir la paz hasta asegurar la figura del emperador.

Aunque los oficiales no pudieron detener la transmisión del discurso, sí consiguieron uno de sus deseos: que EE.UU. no juzgara a Hirohito como criminal de guerra.

En su lugar, Hirohito permaneció en el trono como un títere del gobierno de EE.UU..

Estirpe política

Aquello fue, quizás, un movimiento orquestado por Douglas MacArthur, el general estadounidense que supervisó la ocupación japonesa hasta 1949. MacArthur utilizó al emperador para impulsar su propia agenda política y transformar Japón en una democracia moderna parecida a la de EE.UU.

Fuente: Us.yahoo

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