Trump empuja otra vez al mundo al laberinto de Oriente Medio

Trump empuja otra vez al mundo al laberinto de Oriente Medio

Entre los escombros de los anaqueles yacen en pedazos toda posibilidad de un acuerdo de paz real y de una solución de los dos estados

Donald Trump ha vuelto a desperezarse en la cristalería. Entre los escombros de los anaqueles yacen en pedazos la posibilidad de un acuerdo de paz que resuelva la crisis crónica de Oriente Medio y la doctrina de una solución de dos estados defendida durante décadas por su propio país. También allí quedó fulminado lo que restaba de la capacidad de mediación de EE.UU. en ese conflicto, destinado a recuperar ahora una dramática centralidad. Y en añicos aún mayores, la visión atlantista expresada en el distanciamiento de una Europa alarmada frente a un gobierno imprevisible en el comando de la mayor potencia global..

La homogénea repulsa mundial a la decisión del presidente norteamericano de reconocer a Jerusalén como capital de Israel es un instructivo concluyente sobre el fallido de la medida. Ayer, los socios centrales de Washington en el sillón permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, Londres y París, dieron un portazo a la ocurrencia de Trump. No admitirán este giro geopolítico y alertaron sobre lo que se ha despertado. Las críticas así no provienen sólo de rivales jurados de EE.UU. o Israel. Se trata de naciones que son aliadas y han estado comprometidos con los esfuerzos de una solución definitiva a este desafío.

El mensaje de 12 minutos del magnate disparó cuotas similares de preocupación y desconcierto. Aludió a promesas de campaña que debe cumplir, más allá de lo descabellado de muchas de ellas. Ignoró la demanda histórica de los palestinos por el este de la ciudad, y agregó la promesa de distante cumplimiento de mover la embajada de EE.UU. desde Tel Aviv a Jerusalén. Junto a Israel, solo los halcones de la otra vereda pudieron sonreír frente a esta novedad. El presidente les entregó con su decisión el pretexto de que no existe espacio para la diplomacia. El grupo ultraislámico Hamas, que controla a la empobrecida Franja de Gaza, se montó de inmediato en este anuncio para intentar monopolizar la furia palestina y demoler al gobierno laico de Ramallah del presidente Mahmoud Abbas, que es quien ha venido militando la noción madura de que la negociación es lo único que tiene sentido.

Solo la resistencia de las familias a continuar enterrando a sus hijos puede detener un baño de sangre que generaría el llamado a una nueva intifada, la guerra de las piedras que dejó miles de muertos en sus dos versiones anteriores. Pero es difícil esperar alguna contención. No solo por el espaldarazo que esta medida le ha otorgado a los extremismos diversos de la vereda palestina y el oscuro destino reservado ahora para los moderados. También porque los fundamentalistas israelíes, que suelen guardar iguales modos que los de Trump, se sentirán alentados a profundizar la colonización de Jerusalén este y los territorios hasta el Jordán, con la noción de que les llegó la oportunidad de construir la Gran Israel que excluya al otro pueblo originario. El premier israelí Benjamín Netanyahu, que es un halcón, parece por momentos una paloma al lado de muchos de sus socios en la coalición que gobierna al país.

La característica de que Israel tenga una capital no reconocida hasta ahora por otros países desde que, en 1949, Ben Gurión trasladó allí el centro político del país, tiene una explicación histórica. El resto del planeta, centrado en las Naciones Unidas, le otorgó carácter especial de jurisdicción internacional a esa ciudad que incluye en un kilómetro cuadrado una concentración única de sitios sagrados relevantes para las tres religiones monoteístas. Hasta la Guerra de los Seis Días de 1967, de la cual se acaba de cumplir medio siglo en junio pasado, la ciudad estaba dividida entre un área occidental en manos de Israel y la otra, que incluía la ciudad vieja con los sitios sagrados, bajo mandato de Jordania. Esa sofisticada corona árabe labró con el tiempo una estrecha relación con su poderoso vecino y con EE.UU. y es hoy una de las que se toma la cabeza con el abrupto giro de Washington.

Fuente: Clarin

 

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