Un chico de 15 años, hijo de una familia un contratista en una finca de San Martín, encontró un bolso con más un millón de pesos y lo devolvió a su dueña, una jubilada que había pedido un préstamo para pagar remedios y la factura de electricidad.
Historia que indigna y a la vez da esperanza

Un día especial
El martes fue un día distinto. Raro.
Entonces, el contratista Luis Cuieto llevó a su hijo Genaro hacia el Carril San Pedro, cerca de la escuela Eduardo Galeano. Por allí vive el compañero al que había que devolverle la carpeta. “Genaro le dijo a su padre que regresaba solo a casa”, contó su madre.
Así fue. Eran pasadas las 13 y el muchacho caminaba de regreso por el Carril San Pedro cuando, a la vera de la ruta y justo donde suele parar la única línea de colectivos que pasa por allí con poca frecuencia, encontró tirado un bolso sobre la banquina.
“Lo levantó y decidió abrirlo, para saber qué hacer. Entonces fue cuando vio que estaba lleno de plata y algunos papeles, documentación”, cuenta Lorena, la mamá. “Primero llamó al 911, a la Policía, e inmediatamente después a nosotros”, agregó.
A los pocos minutos apareció un patrullero. “No sé si era de Palmira o de Chapanay”, dice Lorena. Ocurre que allí, en ese punto de San Martín y entre viñedos, los límites y las jurisdicciones son difusas y el territorio bien puede ser de esos dos distritos o también de Las Chimbas.
“Justo cuando los policías estaban inspeccionando el bolso y escuchando a Genaro, venía una abuelita caminando hacia donde estaban ellos. Venía con uno de esos carritos de hacer compras y llorando. Les explicó que había perdido un bolso con dinero, los policías se lo mostraron, le hicieron unas preguntas para confirmar que la documentación que tenía el bolso coincidía con lo que decía la señora, y se lo entregaron, contándole que lo había encontrado Genaro”.
La anciana les contó que había sacado un préstamo en el banco donde cobra la jubilación y que el dinero era “para poder pagar sus remedios y la boleta de luz”. Era algo más de un millón de pesos.
“La señora abrazó a Genaro y le ofreció algo de ese dinero en agradecimiento, pero él le dijo que no, que gracias, que era joven y que podía trabajar, que ella ya había trabajado mucho en la vida”, cuenta Lorena.
“No me sorprende”
La madre de Genaro dice que le sorprende la actitud de su hijo. “Les enseñamos eso a todos nuestros hijos pero, además, Genaro es muy sano, muy bueno, muy generoso”.
Para ejemplificar esto, Lorena cuenta que Luis, el padre, cuando termina la temporada y cobra su porcentaje del contrato, les entrega a sus hijos una especie de pago, como forma de reconocer el trabajo de colaboración familiar que han hecho. Cuando Genaro estaba en 7º grado, destinó ese dinero para contribuir a que todos sus compañeros de primaria tuvieran su remera de promoción.
“Él es así. No me sorprende lo que hizo”, dice su madre.
Mal presente
El matrimonio de Lorena y Luis Cueito está en esa finca del Chimbas hace unos 6 años. Pero ya de antes, de mucho antes, está allí el padre de Luis, que es contratista desde siempre. El abuelo de Genaro, pese a que es sordomudo, siempre se ha valido por sí mismo, pero los años de trabajo pasan factura y hace un tiempo Luis decidió que su padre ya no podía estar solo y se mudaron con él.
El trabajo es duro y poco rendidor. “No sé qué haremos el año que viene. Trabajamos mucho, hacemos de todo, pero la plata no alcanza”, dice Lorena.
A la jubilada que había perdido el bolso, tampoco le alcanza. Por eso había pedido el préstamo. Acá, en medio de viñas, a nadie le alcanza.
Por eso, después de contar la historia, de mostrar su orgullo de madre, Lorena vuelve a agarrar las tijeras y el tacho y sigue cosechando.